La primera parte de esta publicación la escribí hace años. Estaba frustrada y muy enfadada – no, disculpadme, estaba encabronadísima – por todo lo que había tenido que vivir en la sanidad en uno de los momentos en que me sentía más vulnerable.

Salvo el título que no dejaba en buen lugar a la Sanidad, voy a respetar a mi yo de entonces y dejar lo que tenía escrito tal cual, añadiendo algunas notas al final, aportando mi visión actual (mucho más calmada que entonces) e indicando algún apunte desde mi punto de vista como terapeuta.

Para diferenciar ambos momentos, pongo sobre gris lo que tenía escrito.

Llevo más de un año con muchas ganas de escribir este artículo. He tardado tanto porque sabía que me iba a costar muchísimo. Escribir sobre mi experiencia y lo que opino de nuestra sistema de salud y de algunos de los profesionales que trabajan en él, es todo un ejercicio de contención. Disculpadme si no lo consigo.

Esperando a que la tiroides esté realmente mal para actuar

En mis visitas anuales a la endocrina, siempre se repetía lo mismo. «Recuerda venir a por la pastilla si te quieres quedar embarazada. Si tú estás bien ahora, puedes seguir con tu vida». Cuando le preguntaba por alguna pauta que pudiera incorporar a mi vida para ponerle las cosas más fáciles a la glándula, su consejo solía ser consumir sal yodada.

Durante 2 o 3 años fue así a pesar de que mi TSH oscilaba entre 5.47 y 11.7. La última vez que fui, seguía sintiéndome bien y no veía sentido a prolongar estas visitas en las que había que esperar más de 1 hora para recibir en 5 minutos el mismo mensaje, año tras año. En aquella ocasión no estaba mi endocrina y recuerdo decir a su suplente al pedirle el alta, que me daba la impresión de que estábamos esperando a que la tiroides realmente estuviera estropeada para hacer algo. Y para mi perplejidad, con una normalidad absoluta, admitió que así era.

Qué significó tener Hashimoto

Hacía años había dejado atrás la espondilitis y venía de un periodo en que múltiples factores facilitaron el desarrollo de mi Hashimoto. Cometí el error de creer que mi energía era infinita y el descanso postergable, pensando que mi adherencia a una nueva forma de alimentarme, era suficiente para protegerme de desarrollar el hipotiroidismo autoinmune que ya tenía diagnosticado y que calificaban de subclínico. Pero no.

Tengo la suerte de haber olvidado el dolor agudo de madrugada en la espalda, en la caja torácica al respirar, estornudar o bostezar, en las articulaciones cada vez que empezaba a moverme o en determinados movimientos. El dolor y la fatiga por falta de descanso, más todo lo que conllevan estos procesos inflamatorios con autoinmunidad, son muy duros y realmente restan calidad de vida hasta el punto de incapacitarte para ciertas tareas o situaciones. Lo pasé muy mal con la espondilitis, pero nada parecido a cuando el Hashimoto comenzó «a manifestarse». Personalmente me ha parecido mucho más duro por afectar de una forma más directa a mi estado anímico, a mi capacidad intelectual y emocional, además del resto de síntomas más físicos (aunque no me guste nada hacer esta distinción mente / cuerpo). Apoyándome en notas que tomé para aportar información a la primera profesional privada que consulté, éstos eran los principales síntomas que sufrí durante los peores momentos.

  • Fatiga.
  • Sensación de frío interior constante (a parte de manos y pies, mi punto débil sobre todo al dormir: la zona alta de la espalda, entre los omoplatos).
  • Resistencia a perder peso ganado recientemente.
  • Digestiones muy pesadas.
  • Bajón de energía después de comer.
  • Hinchazón abdominal.
  • Antojos de salado y mejor proteico (jamón, anchoas…).
  • Ligera ansiedad que da paso a una gran tristeza (tipo depresión).
  • Cambios de humor (un día relajado y al día siguiente hundida en la miseria).
  • Frustración, irritabilidad (enorme en el trabajo, no me reconozco).
  • Sensación de estrés, de tener cosas pendientes por hacer aunque no sean importantes y puedan esperar.
  • Falta de energía ¿y voluntad? para hacer cosas. Cierta apatía.
  • Palpitaciones (latidos lentos y más fuertes).
  • Sueño poco profundo, muy interrumpido, pocas horas de descanso (a veces 4 o 5 horas).
  • Calor e incluso sudor que me despierta en mitad de la noche.
  • Mareos al levantarme.
  • Pitidos en los oídos.
  • Muy sensible al ruido o el volumen alto.
  • Visión borrosa (especialmente las primeras horas del día).
  • Piel muy seca.
  • Párpados hinchados por la mañana.
  • Ojeras muy marcadas.
  • Estreñimiento.
  • Náuseas.
  • Dolores articulares (pequeñas molestias, pero «inexplicables» – que me hacían temer un reencuentro con la espondilitis).
  • Problemas con los senos nasales (chasquidos, sensación de bloqueo, a veces incluso cuesta respirar).
  • Ataques de estornudos (al despertarme generalmente).
  • Sensación consciente de la zona de la tiroides (no me duele, no me ahoga, pero hay algo que lleva ahí mi atención, la noto).
  • Ausencia total de libido.
  • Dolores de cabeza (rarísimos en mí sin fiebre).
  • Infecciones frecuentes (3 en el año previo con toma de antibiótico. También muy raro en mí).
  • Pelo quebradizo en las sienes.
  • Ausencia total de vello en los brazos.
  • Aparición de muchísimas canas.
  • Despigmentación en pequeña zona de la piel.
  • Picores en la piel de la nuca y parte superior de la espalda.
  • Falta de concentración y problemas de memoria a corto plazo.

… y qué me encontré en la consulta con mi médico de cabecera

Todos estos síntomas no llegaron a la vez, ni todos estaban presentes de manera continua. Fueron sumándose unos a otros poco a poco y para entonces ya había comenzado a leer algunos libros que describen la complejidad y el alcance de las consecuencias de una disfunción tiroidea. Después de leerlos, volví a leerlos de nuevo extrayendo apuntes, haciéndome esquemas y planes para las siguientes semanas, y pedí cita para ir al médico.

Me había mudado unos meses antes y no conocía a mi médico de cabecera, así que era nuestra primera visita. Al preguntarme por el motivo de la visita, le comenté que estaba diagnosticada de Hashimoto y que creía que finalmente se estaba manifestando. Quise resumirle que venía de un año de muchísimo estrés, hablarle de la mononucleosis reciente y las infecciones frecuentes, contarle alguno de los síntomas que más me molestaban e inquietaban, pero no pude. Me interrumpió en cuanto hablé de estrés y dijo que se vería con una analítica de TSH y T4 y que volviera en unas semanas para ver los resultados.

Me atreví a pedir con todo el tacto que pude dadas las circunstancias, si podía añadir a la analítica la determinación de los anticuerpos anti-tiroideos. Repitió 3 veces que el hipotiroidismo se cura con Eutirox, y con una sonrisa irónica y en un tono despectivo, afirmó que cuantificar anticuerpos no valía para nada, que ya estaba diagnosticada y que es algo que tendría para siempre. Daba igual si había más o menos anticuerpos.

Cuando entré a la consulta, pensé que quizás no colaboraría con todas las peticiones que quería hacerle (vitamina D, B12, ferritina…), pero desde luego no esperaba una actitud tan cortante cada vez que intentaba hablar. Salí con muy mal cuerpo, casi temblando por la adrenalina de lo violenta que me había resultado la consulta y en cuanto llegué a casa, busqué laboratorios privados para pedir presupuesto para hacer algunas determinaciones por mi cuenta. Una analítica que me costó 230 € reveló que tenía los antiTPO disparados, había déficit de vitamina D (10,8 ng/ml) y una ferritina mejorable (32,2 ng/ml).

Resumen de visitas posteriores con éste y otros médicos de cabecera

Me gustaría decir que fue una mala experiencia puntual, que le pillé en un mal día (que tampoco me parece excusa)… pero lo cierto es que cada vez que tenía que ir a su consulta, me sentía como antes del examen de mi vida, pensando cómo podría pedirle las analíticas que mis médicos privados me solicitaban. Tuve mala suerte y me tocó un mal profesional en muchos niveles. En la sala de espera me ponía nerviosa, entraba con miedo, era cuidadosa utilizando condicionales para intentar que no se sintiera cuestionado y con suerte, simplemente resoplaba mientras tecleaba.

Llegué a solicitar un cambio de médico, pero me mudé antes y pude perder de vista a esta persona, que llegó a afirmarme absolutas burradas en un intento de que no le cuestionara con mis preguntas y peticiones, sin saber que tenía formación bioquímica. Un ejemplo: cuando le solicité analizar mis niveles de selenio porque llevaba un tiempo suplementando, me dijo «Deja de tomar eso. Te puedo traer más de 100 estudios que dicen que el selenio no tiene nada que ver con la tiroides».

Inciso sobre el selenio

Si nos referimos a los protagonistas en la formación de las hormonas tiroideas, es cierto que el selenio no interviene de un modo directo. Quiero decir que no forma parte de la molécula final de las hormonas tiroideas. Sin embargo, se trata de un actor importantísimo, pues forma parte del sistema de protección de nuestra glándula para el daño oxidativo producido por la acumulación de una molécula (H2O2), presente durante la síntesis de las hormonas.

Existen unas enzimas (glutation peroxidasas) que sí tienen selenio en su estructura, que actúan neutralizando estas moléculas oxidantes y protegiendo a las células de nuestra tiroides de procesos proliferativos (como la formación de nódulos -me salió uno en aquella época), de la aparición de mutaciones que puedan complicarse en procesos oncológicos o directamente, de la muerte celular y pérdida de funcionalidad tiroidea.

Si ahora te estás cuestionando si debes tomar selenio o vas a preguntarme en comentarios si te vendría bien tomar un suplemento, lee por favor hasta el final.

Espero no herir sensibilidades, pero siempre me pareció que su actitud se correspondía más con la de un mal párroco de tiempos pasados, que espera sumisión y fe ciega en sus dogmas, que la de alguien cuyo trabajo debería basarse en la ciencia y el cuidado (o alivio al menos) de las personas.

Mi experiencia posterior con otros médicos de cabecera, ha sido más «normal». Algunos de ellos sobresalientes por su calidad humana, (llegué al punto de conformarme con la no hostilidad), aunque todos muy sesgados por una visión demasiado reduccionista sobre el tratamiento de las disfunciones tiroideas (a veces pidiendo sólo TSH por ejemplo).

Como en todos los gremios y porque son personas, habrá mejores y peores profesionales. Y después de tener médicos en mi consulta y conocer los ritmos y las condiciones de trabajo que soportan, creo que como los pacientes, son también víctimas de cómo se ha ido configurando la educación y la atención sanitaria en nuestro país. Nunca voy a entender la actitud de algunos de ellos que parecen no ser conscientes de los límites de su actividad, y que parece que todo lo que escape a sus protocolos o forma de abordar la medicina es directamente pseudociencia. Pero aunque no hubiera este problema, cuando hay que atender a alguien en apenas unos minutos, es imposible indagar, hacer consciente, implicar, explicar… Ese ritmo también parece incompatible con cuestionarse uno mismo.

La sanidad tal y cómo funciona, simplemente no está preparada para atender como se necesita la mayoría de procesos calificados como crónicos. Ser consciente de ello, a los pacientes nos puede ahorrar mucho tiempo y frustraciones.

Información que nos ayuda y nos confunde a la vez

Leer libros sobre tu enfermedad u otras experiencias sin perder el foco de que cada persona tiene su propia historia (y genética), puede enriquecernos mucho. Creo que el mayor aporte está en abrirnos los ojos y hacernos ver lo insuficiente que puede ser la atención que solemos recibir desde la Sanidad pública. Es un gran empuje para no quedarnos paralizadas y resignadas con el diagnóstico, y buscar soluciones desde otras áreas y profesionales.

Pero también hay un peligro importante. Venirnos demasiado arriba y pensar que controlamos, y que para que la tiroides pueda funcionar bien necesitamos comer así o asá, y suplementar estas vitaminas o aquellos minerales. Que no deja de ser cierto, pero podemos estar centrándonos y poniendo toda nuestra atención y esfuerzo en un árbol, sin ver el bosque, perdiéndonos todo un ecosistema donde además hay otras plantas, animales, hongos, el clima, el sustrato… donde todos son importantísimos y se relacionan entre sí.

Si empezamos a basar nuestra idea de lo que sucede en lo que muestren las analíticas, puede ser fácil quedarse a medio camino o incluso meter la pata estrepitosamente. Un ejemplo muy característico es el del hierro. Si en nuestras analíticas sale por los suelos, podemos pensar que simplemente tomando un suplemento o incrementando el consumo de alimentos ricos en hierro solucionaremos el problema. Y esto nos sucede porque tendemos a pensar en los problemas de un modo lineal, demasiado simplista. Si me falta «x», aporto «x». Quizás alguna vez funcione, pero en la mayoría de los casos será necesario dedicar un tiempo a indagar por qué nos falta «x» y si suplementarlo forma parte de una estrategia coherente. Nuestro hierro puede estar bajo…

  • porque no lo estemos aportando desde la dieta
  • porque no hagamos bien la digestión, que a su vez puede ser…
    • por el propio hipotiroidismo
    • porque tus responsabilidades te ahogan
    • porque a pesar del cansancio, dormimos tarde, poco y mal
    • por problemas con la microbiota
  • porque no lo absorbamos, que a su vez puede ser…
    • porque no se pueda
    • porque no interese, que a su vez puede ser…
      • por una infección
      • por una inflamación cronificada

Y hay muchos más motivos que pueden estar causando que tu cuerpo esté pasando penurias por la escasez de hierro. Como decía, suplementarlo podría ayudar en algún caso, pero en otros puede que gastemos dinero sin pena ni gloria en el mejor de los casos, o que empeoremos las cosas al no absorberse. Pero incluso si nos funciona o nos ayuda a medias, ¿es la solución aportar un mineral sin conocer la causa que nos llevó a necesitarlo?

Averiguar los factores que han hecho que hayas tenido este problema. Ese sí es un gran aprendizaje y al que creo que merece la pena dedicar algunos recursos. Es especialmente valioso, porque evitará o retrasará más el tener que volver a enfrentarte a él. Saber que necesitas «x» o «y», es información. No lo confundamos con conocimiento.

Durante unos cuantos meses, casi un año, estuve muy volcada en toda esta vorágine de analíticas y suplementos. Invertí en consultas, analíticas (no tengo seguro privado) y suplementación, más de 3000 €. Y lo que realmente colaboró a mi mejora definitiva, fue desprenderme de aquellos factores que se traducían en todas esas anomalías en las analíticas. La suplementación ayudó en algún momento, en algún proceso. Pero el punto de inflexión vino a raíz de eliminar lo que me estaba restando, más que de empeñarme en añadir a mi vida situaciones o sustancias de potencial positivo.

¡Sigue buscando ayuda!

Aprender de las malas experiencias me aporta una recompensa tan grande que hace que merezca la pena haber pasado por ellas. Pero entiendo que si estás en un punto donde acumulas un listado de síntomas parecido al que he enumerado anteriormente, no te consuelen demasiado los aprendizajes ajenos.

Actualmente trabajo como terapeuta y lo que voy a decir a continuación puede interpretarse como un conflicto de interés. Pero lo hago porque no me gustaría dejar mal sabor de boca por denunciar algunas ineficiencias de nuestro sistema de salud, o si he hecho que sientas más incertidumbre cuestionándote si estás en el buen o mal camino, si has empezado a hacer cambios por ti misma. Lo expongo porque desgraciadamente veo que no es una situación individual ni excepcional, y tiende a repetirse en demasiadas pacientes.

Si mi experiencia sirve para ahorrarte algo de tiempo y tambalearte de la resignación o la frustración, me doy por satisfecha. Tardar en buscar ayuda es uno de los errores en los que más persistimos. Ya escribí sobre ello. Si te interesa, puedes leerlo aquí:

Si actualmente estás buscando a alguien que escuche tus síntomas, si la idea de sólamente paliar tu malestar no acaba de encajarte, si quieres abordar tu salud desde su origen y que se tenga en cuenta tu historia y circunstancias particulares, me encantaría acompañarte. Puedes ponerte en contacto conmigo aquí.